Por Pablo Fernández Blanco
Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta exploraron esta semana límites que hasta ahora no conocían en su desaforada interna por ser el próximo presidente. La pirotecnia electoral oculta, sin embargo, un secreto escondido en el trabajo de sus equipos técnicos.
Con algunas diferencias en la velocidad de aplicación, ambos grupos de trabajo están escribiendo un plan similar para sacar a la Argentina de su eterna crisis si llegan al poder. La situación es paradójica: la relación explosiva en la superficie política se contrapone con cierta comunión económica, la materia que sellará la suerte del próximo gobierno.
Hay más coincidencias que son difíciles de entender a la luz de la pelea electoral ampliada. Gabriel Rubinstein, mano derecha en el Palacio de Hacienda de Sergio Massa, que quiere competir por la Presidencia, lamenta no haber podido aplicar un plan de estabilización para recuperar el rumbo. Es, justamente, la tarea a la que están dedicados Hernán Lacunza, por el lado del jefe de Gobierno porteño, y Luciano Laspina, coordinador designado por Bullrich.
A Rubinstein lo acompaña en la congoja el ala más ortodoxa del Gobierno, un grupo que se asume de esa manera y está integrado por Leonardo Madcur (jefe de Gabinete de asesores del Ministerio) y Lisandro Cleri, vicepresidente del Banco Central, como personajes más destacados.
Las tensiones permanentes en el Frente de Todos hicieron que quedara a medio camino la idea de hacer algunos cambios más arriesgados, con la que había llegado Massa. Se la vetaron, por motivos distintos, pero al mismo tiempo, Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
Está pendiente por si llega a la Presidencia, algo que parece cada vez menos probable este año por los pronósticos negativos que pesan sobre el Frente de Todos y debido a que la vicepresidenta se mostró en el último tiempo más cercana a Eduardo “Wado” de Pedro. Peor aún. Massa empezó a desandar parte del camino que había comenzado el año pasado.
Da buenas referencias de Cleri, a su vez, el economista Carlos Melconian, que desde hace meses prepara en la órbita de la Fundación Mediterránea un plan para el próximo gobierno, cualquiera que sea el signo político que llegue al poder. Su objetivo es, también, estabilizar las principales variables.
Melconian es un receptor de juego. El expresidente del Banco Nación en la gestión de Cambiemos va a ver a Mauricio Macri a su oficina periódicamente, pero también recibe en su estudio tanto a Bullrich como a Larreta cuando se lo piden, según la reconstrucción que hacen en cada uno de esos campamentos.
De esos entrelazamientos comenzó a germinar una idea que puede alborotar el futuro. Melconian actúa como el capitán de un equipo de economistas que diseña un programa y está dispuesto a aplicarlo. En la medida en que su nombre avance, madura la posibilidad de que debata con Milei con la intención de demostrar que las propuestas del libertario no son viables.
Los radicales forman parte del mismo universo conceptual. Gerardo Morales tiene como principal referente a Eduardo Levy Yeyati, un economista reconocido que tuvo un paso por el gobierno de Mauricio Macri.
Marina Dal Poggetto (Eco Go) y Martín Rapetti (Equilibra) trabajan para Facundo Manes, que mantiene su aspiración de ser precandidato a Presidente en las PASO por el radicalismo y cuyo nombre también suena para acompañar a algún dirigente del Pro en fórmulas cruzadas. Piensan en un plan de estabilización.
Los dos casos anteriores son una muestra más del diagnóstico compartido con respecto a la crisis. El año pasado, Massa tuvo un encuentro con Dal Poggetto para ofrecerle el lugar que ahora ocupa Rubinstein. Y Rapetti comparte estudio con Diego Bossio, exjefe de la Anses en la gestión de Cristina Kirchner, si bien ahora es crítico. Es probable que, según el resultado electoral, terminen trabajando en los equipos que hoy forman parte de la oposición.
Bajo un eslogan distinto, como el de la dolarización, el propio Javier Milei apunta al mismo objetivo que los equipos de Larreta y Bullrich. Son los que están, a su vez, en la misma repisa de frustraciones del massismo y se emparentan con el futuro que imaginan en la Mediterránea o los radicales.
La gravedad de la crisis en el país está conduciendo a una situación fuera de lo común, en la que la mayor parte de los equipos que trabajan para los aspirantes con chances de llegar a la presidencia piensan lo mismo. Sobre esa base, se puede hacer el riesgoso ejercicio de empezar a anticipar qué puede ocurrir en el futuro.
El plan del próximo gobierno
Las distintas cabezas de Juntos por el Cambio prometen aplicar un plan de estabilización. De manera esquemática, en la hoja de ruta está escrito que consistirá en aplicar un ajuste fiscal que lleve el déficit público a cero, en el caso más extremo; se limpie el balance del Banco Central (todos descartan un plan Bonex), haya una política de tasas de interés positivas (por encima de la inflación), se restrinja casi por completo la emisión monetaria y se inicie el camino para terminar en un valor único del dólar.
El primer capítulo del programa implicará corregir tarifas y el tipo de cambio. Es decir, subirán la luz, el agua, el gas, el transporte y el dólar oficial. La oposición guarda una carta con respecto a este punto: el precio en el Banco Nación es de $254, pero no lo consigue casi nadie.
Hoy, sólo se puede comprar a un valor que va desde los $485 hasta los casi $500. La apuesta es que un sinceramiento del tipo de cambio deje el valor oficial por debajo del precio al que hoy se venden los financieros.
El final del camino es una Argentina, en los papeles, sin cepo cambiario. Pero hay matices en la manera de llegar, si bien todavía perdura la etapa de discusiones.
Los equipos de Bullrich están convencidos de que el cepo cambiario es parte de una tradición kirchnerista que arruina al país y que quieren eliminar. Una de las alternativas consiste en relajarlo de tal manera que la mayor parte de la población ya no lo note, pero siga estando. Por ejemplo, permitiendo la compra de una determinada cantidad de divisas que satisfaga al pequeño ahorrista. Claro que para ese momento, la brecha debería ser un problema menor con respecto a lo que representa ahora.
Varios interlocutores señalan la posibilidad de aplicar un desdoblamiento cambiario por tiempo determinado (un mercado financiero y otro comercial) que, se ilusionan, estaría en el peor de los casos por debajo de la cotización más alta de hoy, si se tomara como referencia la actualidad. Es una idea que está en la orilla de Rodríguez Larreta.
Tampoco está definido si el país mantendrá al peso como moneda de curso legal o pasaría a otra. En su historia, la Argentina tuvo cinco monedas y le quitó 13 ceros a los billetes, que perdieron poder cancelatorio a manos de la inflación. En cualquier caso, se trataría de una medida secundaria en el epílogo de un plan anterior de implementación compleja.
El set de nuevos precios relativos (tarifas, dólar, salarios) tendrá un golpe negativo inmediato sobre la inflación. De hecho, uno de los temores en ambos equipos es que la suba de precios sea muy alta durante varios meses consecutivos al principio del nuevo programa. Allí comienza a jugar el ancla fundamental de cualquier futuro programa: sostener la reducción del déficit para que los actores económicos entiendan que, en algún punto del futuro, la inflación será menor.
Se trata de decisiones tan drásticas que pulverizarían el salario, ya golpeado en la gestión de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner. De hecho, se teme una sobrelicuación de los sueldos. Más aún: un exministro de Mauricio Macri que formará parte del próximo gobierno si gana Juntos por el Cambio aseguró que los sueldos están tan bajos que no haría falta ajustar por ese lado. Otra paradoja: el recorte sobre los trabajadores que hizo el Frente de Todos sería una herencia positiva para quien implemente un futuro plan de estabilización.
Tanto en la orilla de Bullrich, como en la de Larreta, trabajan en alternativas para moderar la pérdida del ingreso mientras desatan el huracán de nuevas medidas. Puede ser, por ejemplo, avalando paritarias generosas, aunque con algún límite y con un condicionante cronológico: los ajustes deben ser expost, posteriores a la inflación, pero nunca anticipándola.
El mercado está anidando un temor que puede resultar gravitante. Tras la puerta del Banco Central, crece una de las peores bombas que deberá desactivar el próximo gobierno. Son casi $15 billones de pasivos remunerados. Multiplican por tres la cantidad de billetes que hay en la calle y por el efecto de los intereses generan una nueva base monetaria cada cuatro meses.
Situaciones comparables se resolvieron en los años ‘90 con el polémico plan Bonex. Ahora, las alternativas en estudio son distintas. Las líneas de trabajo apuntan a que una parte de esa deuda del Banco Central se reprograme voluntariamente con los bancos a plazos razonables.
Para el resto, la expectativa es que una economía normalizada tienda a reabsorber los billetes que hoy sobran. Nadie puede asegurar que eso efectivamente ocurra.
Hay otro acuerdo entre los economistas que hoy trabajan para candidatos antagónicos. A diferencia de lo que ocurrió en 2015, el día después del eventual cambio de mando habrá que ingresar al Congreso las leyes que apuntalen el plan de estabilización y un paquete de medidas para reformular la microeconomía. El programa irá junto, no habrá secuencias. Imaginan que las 24 horas posteriores a la asunción serán de locos.
La pelea política en la oposición generó un efecto de tsunami. Con efectos devastadores en la superficie, casi no hay registro de eso entre quienes trabajan en políticas concretas. Quizá la mejor muestra es que Lacunza y Laspina hablan por teléfono al menos una vez cada semana.
Muchos de los nombres mencionados más arriba creen que terminarán trabajando juntos e incluso que tendría que haber un banco de relevos debido a que los cambios propuestos para la primera etapa de gestión serán tan desgastantes para quienes los lleven adelante que será necesario renovar figuras.
Ese grupo, que pasa casi desapercibido en la conversación pública, pero podría tener en su trabajo la posibilidad de terminar con la crisis actual, cree que la Argentina que imaginan Bullrich y Larreta es parecida. Estaría más abierta al mundo, estabilizada y creciendo, porque ambos quieren llegar al mismo lugar en cuatro años, aunque por distintos caminos. Falta saber si la guerra entre los dos no les pica el boleto antes de salir de viaje.
Fuente La Nacion