La preocupación invadió las redes y dice…
Madrid, 10 de noviembre de 2025 – Total News Agency-TNA-Hace un cuarto de siglo, el coche más vendido en Europa era el Volkswagen Golf, símbolo de una Europa industrial fuerte: motores alemanes, acero europeo, fábricas robustas y orgullo tecnológico. Hoy, en 2025, el liderazgo lo ostenta el Dacia Sandero, ensamblado en Rumanía a partir de componentes que llegan de Turquía, Marruecos y China —una metáfora elocuente del cambio de rol que ha experimentado el continente.
La caída del sector industrial europeo puede medirse en cifras. En agosto de 2025, la producción industrial de la zona euro retrocedió un 1,2 % respecto al mes anterior.
Sectores como bienes de equipo se desplomaron un 2,2 %, bienes de consumo duradero un 1,6 %.
Las razones son múltiples: costes energéticos elevados —Europa tiene precios industriales casi el doble que EE. UU. y un 90 % superiores a los de China—, competencia asiática intensa y una producción manufacturera que emigró hacia regiones más competitivas.
El descenso del sector primario también es notable. Europa cerró más de tres millones de explotaciones agrícolas entre 2010 y 2020, presionadas por regulaciones, costes y una estrategia de “transición” que prefirió importar fruta de Chile, cereales de Ucrania y verduras de Marruecos en nombre de la sostenibilidad. La agricultura, que era la base alimentaria del continente, dejó de ser prioridad.
Mientras tanto, la globalización llevó las fábricas hacia China, India, México y Vietnam: países con energía más barata, menos regulaciones y gobiernos que aún ven en la producción industrial un activo estratégico. Europa, en cambio, parece dedicarse a generar informes sobre “innovación”, “sostenibilidad” e “inclusión” mientras importa lo que antes fabricaba.
La consecuencia es dolorosa: menor independencia económica, salario estancado y un poder adquisitivo que se erosiona. Poseer hoy un coche nuevo asequible en muchas familias europeas implica comprar un Dacia Sandero, un auto funcional, barato… producido externamente. No es culpa de Dacia, es síntoma de un continente que ya no construye su propio Golf.
En paralelo, China ganó terreno: marcas europeas como Volvo ya pertenecen al grupo chino Geely; MG es de SAIC Motor; la firma Pirelli tiene capital mayoritariamente chino; y fabricantes como Mercedes‑Benz o Volkswagen cuentan con accionistas estatales chinos como BAIC y FAW. Las importaciones europeas desde China representaron el 21 % del total externo, mientras que solo el 8 % de sus exportaciones tenía como destino ese país. Ese desequilibrio se traduce en dependencia, déficit y vulnerabilidad.
El resultado se resume en una paradoja: Europa sigue creyéndose desarrollada porque tiene plataformas de streaming, paneles solares y comida vegana a domicilio, pero ya no disfruta de independencia industrial, ni alimentaria, ni siquiera de la seguridad económica que implica fabricar en casa.
La transformación fue de fondo: en el año 2000, Europa producía lo que el mundo compraba. Hoy, compra lo que el mundo produce. Y mientras China fabrica, India crece, Estados Unidos se reindustrializa, Europa debate cuántos géneros hay y cuántas vacas más emiten CO₂.
Esta situación no es un accidente ni producto exclusivo de la transición energética. Es el reflejo de políticas que priorizaron la terciarización, la apertura de mercados y la dependencia de importaciones en lugar de la protección estratégica de la industria nacional. Y ahora toca afrontar las consecuencias: salarios estancados, empleos industriales que se pierden, y un continente que importa su futuro.

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