La tragedia demográfica del rural gallego solía medirse en vacas, puesto que, pese a que ambas cifras están en caída libre, la región cuenta con más cabezas de ganado que habitantes. En el pequeño pueblo orensano de San Xoán de Río, sin embargo, prefieren ilustrar su despoblación con la farola como unidad métrica: 700 puntos lumínicos para 506 vecinos, casi fanal y medio por cabeza. Y es un dato revelador, pues paseando por San Xoán queda claro que casas y calles hay; lo que apenas quedan son vecinos. Cientos de viviendas con persianas que no se abrieron en meses y 600 kilómetros de caminos sin apenas movimiento. Hacia mediados del siglo pasado había en San Xoán algo más de 3.000 habitantes registrados; en 1981, eran 2.683. Pero en los últimos cuarenta años su población ha caído hasta los 506 vecinos. Solo hay 14 menores de 18 años (el 2,8 %), mientras que los mayores de 65 años representan la mitad del censo (49,4 %). Y 82 de sus 506 vecinos tienen 85 años o más. La empresa de mayor tamaño del pueblo es un geriátrico. San Xoán está envejecido, pero también es longevo, no se resigna a morir. Un desplome demográfico de récord en Europa, al que, con imaginativas iniciativas, sus vecinos quieren ponerle remedio. Con esta deriva demográfica, San Xoán tendría los días contados. Cada año mueren entre veinte y treinta vecinos, y, como mucho, «nacen uno o dos», explica a ABC José Miguel Pérez Blecua, su alcalde, un joven de 35 años, más conocido como ‘Chemi’ entre sus parroquianos. Hace más de una década que cerró el último colegio, y ahora los dos únicos niños y las cinco niñas de menos de doce años que viven en el pueblo caben en un taxi, de siete plazas, que cada día los lleva desde San Xoán hasta un colegio de la cercana localidad de Pobra de Trives. Podría parecer contradictorio, pero los pocos nacimientos, que, por supuesto son celebrados en el pueblo, suelen acabar provocando un agujero en el padrón. «Los jóvenes resisten, pero cuando tienen niños acaban yéndose a vivir a Orense», lamenta el regidor. La capital provincial está a 65 kilómetros, poco más de una hora en coche, pero mal comunicada por una carretera secundaria que quedó relegada casi al olvido cuando en los años ochenta la administración optó por un trazado diferente para la nueva nacional. Vivir en San Xoán y desplazarse diariamente a Orense para trabajar, llevar a los niños a actividades extraescolares o al pediatra, se antoja casi inviable, por una vía que, además, en invierno multiplica su peligrosidad por las habituales heladas y la nieve. Lo que falta en el pueblo son, sobre todo, vecinos de entre 25 y 50 años, población en edad de trabajar. La pandemia
Pero no todo está perdido. Paradójicamente, la pandemia ha contribuido a amortiguar la sangría demográfica. Después de décadas de desplome, el municipio se ha estabilizado en el medio millar de vecinos. Y se debe, esencialmente, a vecinos que toda su vida habían vivido con un pie en San Xoán y otro fuera. La pandemia les hizo apostar por volver definitivamente, o por permanecer en él durante más tiempo del que acostumbraban. El propio ‘Chemi’ es un ejemplo de retornado. Se crío en el municipio pontevedrés de Moraña, donde trabajaban sus padres, y estudió ingeniería de Telecomunicaciones en Vigo. Pero ahora está asentado en San Xoán. Un alcalde con una peculiar carrera política, que comenzó en el BNG y siguió en el Anova de Xosé Manuel Beiras, para acabar logrando en 2019 la mayoría absoluta como independiente. Hace poco más de un año lo fichó el PP. Otro retornado a San Xoán es Juan Carlos Pérez, de 50 años. Nacido en Suiza —país al que sus padres habían emigrado—, nunca llegó a perder el contacto con su aldea, Castiñeiro, también en San Xoán. El confinamiento les sorprendió a él y a sus padres, Juan y Consuelo, en la casa familiar. Y tanto él como sus progenitores, que hasta entonces también vivían fuera, decidieron quedarse en el pueblo. Cuando hace menos de dos años se establecieron en el Castiñeiro, allí ya no había ni un solo vecino censado. Ahora son ya media docena. En San Xoán hay razones para el optimismo. Del Castiñeiro de toda la vida son también Luis y Elvira, que se habían criado puerta con puerta y acabaron casándose. Llevan media vida a caballo entre San Xoán y Madrid, donde Luis, ahora ya jubilado, trabajaba como camionero. Durante décadas, dividieron su tiempo entre el pueblo y la capital. Pero ahora, sin obligaciones laborales, la balanza se inclina por el Castiñeiro, donde rehabilitaron las viviendas familiares. Por allí se deja caer también su hijo Benjamín, que, aunque vive en Amsterdam, pasa temporadas en el hogar. Y aunque Luis y Elvira son de esos vecinos de San Xoán que siempre han tenido un pie en la aldea y otro en la gran ciudad, su vuelta no computa en las estadísticas porque, al menos de momento, siguen empadronados en Madrid. Cambien o no sus datos en el censo, de lo que no tienen duda es que no quieren renunciar ni a la aldea ni a la capital: «Yo me siento bien en los dos lados», explica Luis a este diario. La leve recuperación demográfica de San Xoán se ha sostenido en estos vecinos de ida y vuelta. Gente como Juan Carlos, Juan, Consuelo, Juan y Elvira, que, a partir de la pandemia, han ido aumentando su presencia en el pueblo. El alcalde, consciente de la dificultad de corregir la deriva despobladora, tiene una máxima, prudente pero ambiciosa: conseguir que quien pasa una semana al año en el pueblo, se quede un mes; que el que vaya un mes, lo alargue a tres, o que el que solía estar seis meses se asiente todo el año. En definitiva, que el San Xoán de invierno se parezca cada vez más al de verano, cuando multiplica por cuatro o por cinco su población. Con todo, San Xoán no renuncia, por supuesto, a acoger a nuevos vecinos sin raíz alguna en el pueblo. Mauricio, natural de Chile, y Cynthia, francesa, son una pareja de treinteañeros que se enamoraron de la localidad a primera vista. Se conocieron trabajando en Vigo y tuvieron una idea que Cynthia relata a este diario: montar un campamento biosostenible —para un máximo de diez huéspedes— en algún pueblo que sufriera el azote de la despoblación. Les motivaba contribuir a revitalizarlo, con el respeto por el entorno como bandera. Se pusieron en contacto con una sesentena de municipios, pero solo obtuvieron respuesta de San Xoán. Visitaron el pueblo y les encandiló una parcela ubicada, precisamente, en el Castiñeiro. El proyecto de la joven pareja está a punto, a falta de algunas gestiones burocráticas. «Todos nos apoyan», explicaba Cynthia por teléfono desde Asturias, tras dar a luz a principios de año. Consuelo, mujer de Juan y madre de Juan Carlos, tejía unos patucos para recibir al pequeño Oyán. Aunque todavía no vivían allí, Mauricio y Cynthia ya sentían el calor del Castiñeiro, la aldea en la que hasta hace pocos meses no había un solo habitante censado. No es fácil frenar un despoblamiento que parece inevitable, pero el alcalde, con la entusiasta ayuda de Juan Carlos, fuertemente implicado desde su retorno de Noruega, no quiere darse por vencido. Y las ideas y proyectos, algunas bien imaginativas, se suceden. San Xoán, por ejemplo, fue el primer ayuntamiento gallego en firmar con una marca automovilística para disponer de un vehículo eléctrico para uso y disfrute de los vecinos. Por un módico precio por hora, e incluso con bonos gratuitos, el automóvil, aparcado y enchufado ante el ayuntamiento, está a disposición de parroquianos y turistas. El contador de kilómetros atestigua su éxito: 30.000 en apenas seis meses. Otros dos proyectos imaginados en San Xoán, pero de alcance supramunicipal, están ultimándose. Un convenio de 16 ayuntamientos de la zona para potenciar el comercio entre estos municipios, apostando por la distribución del producto local a domicilio. Y otra sorprendente iniciativa, que esperan que no tarde en cuajar, para la que buscan financiación y en la que conectarán a pueblos de toda España. «Un Tinder de pueblos», explica Juan Carlos, en alusión a la famosa aplicación móvil para ligar. Al usuario le irán saliendo imágenes de pueblos anónimos de España, y cuando la ‘app’ detecte afinidad con un municipio, se producirá un ‘match’ entre el usuario y el pueblo en cuestión. En San Xoán de Río ideas no faltan. Unas saldrán bien, otras no tanto, y posiblemente otras fracasarán; sin embargo, como coinciden en señalar tanto el alcalde como Juan Carlos, el pueblo no puede quedarse sentado con los brazos cruzados esperando a la parca.
Fuente ABC