Ya pasada la trasnoche de una larga reunión de amistosa cinefilia, de alguna manera la charla pasó de Jim Morrison a Raphael, al punto que no se le entendía bien al director de cuál de los dos íconos pop estaba hablando. Conflictuado consigo mismo, el cineasta decía algo así como que no se podía hacer actuar al Rey Lagarto, que por mejor que puedas hacer actuar a La Gran Bestia Pop intentado darle la vuelta al asunto con un papel en el que se autoparodie, nunca iba tendría la misma fuerza que cuando está brillando en el escenario de uno de sus shows. Además, evidentemente a este cineasta le afectaba la idea de que cuando Raphael aparecía en escena, todos los demás desaparecían, incluyendo el estilo del director (claro que eso no lo dijo en voz alta).
Claro que eso ya lo sabían varias generaciones de fans de El Niño que lo siguen como se debe seguir a un grande, cada vez que viene a ala Argentina por ejemplo. Además, no era la primera vez que Raphael aparecía en la pantalla y en la Argentina. Mucho antes, siendo auténticamente “el Niño”, había filmado en el país una película para Argentina Sono Film, “Digan lo que digan”, dirigida por Mario Camus, con asistencia del entonces desconocido Adolfo Aristarain, y un elenco de secundarios en el que aparecía hasta Dario Vittori como vendedor en librerías Fausto. La película, de 1968, era también como un folleto de la Secretaría de Turismo, porque aparecían desde el barrio de La Boca hasta Cataratas y Bariloche.
No por nada el sábado pasado en un Luna Park llenó hasta la ultima butaca Raphael, festejando sus 60 años de carrera en la gira “6.0”. Dijo que tanto la Argentina como el clásico estadio que fundó Tito Lectoure habían estado en su vida desde el principio, casi desde su primer sencillo. La mayoría del público superaba los 60 años largamente, y entre tema y tema de este gran Niño era emocionante darse vuelta para mirar a las fans que literalmente lloraban de felicidad, algunos acompañadas de nietos que no tenían idea de quién era ese Raphael.
Casi todos los presentes, empezando por el mismo Raphael, tuvieron un gran tiempo de incertidumbre sobre si alguna volverían a estar en un Luna Park lleno (a propósito, para volver a las andadas después de la pandemia, el Luna Park se mostró mejor que nunca, especialmente en todo los factores técnicos).
Raphael se refirió a la pandemia como “esa cosa no nos va, ojalá podamos seguir viéndonos año por año”, dijo casi hacia el final del show que además tuvo como uno de sus momentos culminantes el hit “Resistiré” del Dúo Dinámico, aggiornado por el Niño en versión tecno-rockera de la cuarentena. Pero finalmente lo que importó en las dos horas que Raphael estuvo en el escenario del Luna fue su energía, esa mística que sólo algunos cantantes tienen, un Mick Jagger, o por qué no, un Jim Morrison de los Doors. Y por supuesto la tremenda profesionalidad que no debe confundirse con frialdad cerebral. Raphael mostró un sonido limpio en cada estilo que puede seguir cantando como cuando era niño en serio, y que podía hacer magistralmente todos , desde la canción española, el rock (con arreglos sorprendente de “Day Tripper” de los Beatles), el tango, el folklore latinoamericano, género que explotó con “La llorona” de Chavela Vargas, tema que incorporó a su repertorio desde fines de los 60. Hubo hasta bailes “moondance” recordando a Michael Jackson, fuzz guitar de beat bien sixties y tal vez lo único que le faltó cantar fue un blues. Y ni hablar de otros bailes mas extraños, místicos neoflamencos con los que sorprendía de vez en cuando a sus propios músicos.
“60 años es fácil pero es muy largo cantarlo” dijo el Niño a modo despedida de un show que, según sus fans mas veteranos -lo que es todo un decir en este caso- no tuvo nada que envidiarle a los de los mas tiernos años de este Gran Niño.