En la Europa del XIX la Revolución Industrial alentó sucesivos cambios sociales y políticos unidos a luchas por la falta de trabajo, salarios dignos y medios para atender a grupos inermes como los parados, ancianos, enfermos, mujeres y menores. En 1904, en España se publicó la Ley de Protección a la Infancia para evitar la mendicidad, la explotación laboral y el seguimiento de los niños «entregados a la lactancia mercenaria» por parte de las Casa Cuna o los asilos. En esta y otras disposiciones de alcance social, a menudo sin presupuestar, se apelaba al apoyo de las diputaciones, los ayuntamientos y las fundaciones privadas para complementar la Beneficencia pública.
En este contexto, desde 1900, florecieron las Gotas de Leche en España, instituciones sin ninguna regulación oficial que tendrían una desigual suerte. El objetivo inicial de la pediatría moderna fue reducir la mortalidad infantil pues, en aquella época, la tasa de los nacidos vivos que fallecían antes de cumplir un año se acercaba a los 200 por mil habitantes. En 1929 se bajó a 123. Hoy en la Unión Europea el promedio está en el 3,6 por mil.
El origen en Talavera
A partir de 1890 surgen en Francia centros para proveer de leche esterilizada a los lactantes mal nutridos. En 1894, el español Rafael Ulecia Cardona (1850-1912) conoció estas experiencias que luego difundió en textos y conferencias. Desde 1900 aparecerían en España similares iniciativas altruistas junto con la atención médica a las madres. En 1904 Ulecia inauguró en Madrid el Consultorio de Niños de Pecho y Gota de Leche sufragado por los marqueses de Casa Torre. En 1912, las Gotas de Leche, incitadas por médicos empeñados en atajar la alta mortalidad infantil, funcionaban en 34 ciudades sostenidas por ayuntamientos, entidades caritativas, donativos o apoyos de las Juntas de Protección a la Infancia.
En 1906 se fundó la de Talavera de la Reina (entonces, 11.000 habitantes). Fue, según Francisco Muñoz Pradas (2017), la séptima de España tras las abiertas en las principales capitales. Quien lo logró fue el médico Tomás Muñoz Illana, director del Hospital Municipal talaverano (regentado por la Junta Municipal de Beneficencia desde 1837) y también alcalde, cargo éste que ejerció hasta 1907. Muñoz expresó el deseo de acabar con la subvención a la lactancia conferida a nodrizas mercenarias que desviaban sus entregas para otros fines ajenos a la alimentación de unos niños que, «a simple vista», se los veía anémicos y «tísicos del porvenir».
En marzo de 1906, la Alcaldía informaba en una sesión municipal sobre las mil pesetas entregadas por los gestores de una Tómbola de Caridad para crear la Gota de Leche. En abril se supo que sería costeada por el Ayuntamiento en lugar de hacerlo una fundación particular. El 27 de mayo fue el acto inaugural con la asistencia de todas las autoridades civiles y militares de la ciudad, eclesiásticos y reputados médicos. El invitado de honor fue Rafael Ulecia que disertó sobre el origen de las Gotas de Leche y donó cincuenta pesetas. Expuso los datos de mortalidad infantil y la necesidad de mejorar la higiene pública, felicitando a Talavera por ser una de las pocas ciudades que ya la habían creado. Fue instalada en una casa adjunta al Hospital Municipal, en la plaza del Pan. En la planta baja se ubicaron una estufa autoclave, una limpiadora eléctrica, un llenador para biberones y los elementos para procesar la leche comprada en las granjas contratadas. El 30 de mayo, con al apoyo de las Hermanas de la Caridad, la Gota de Leche ya distribuía lecha esterilizada a «treinta niños pobres».
El Criterio acusa
El semanario local El Criterio (dirigido por Manuel Ginestal M. de Tejada) siguió el proceso de aquella «obra humanitaria». Aunque la publicación aprobó la idea, criticó al alcalde Tomás Muñoz por su opaca gestión y que compatibilizase su cargo con otro puesto remunerado: la dirección del Hospital Municipal. El 21 de julio, un duro artículo firmado por Koripe analizó los discursos inaugurales, llenos de engoladas frases y opiniones de «filosofía callejera», mezclando alguno el clericalismo con el objetivo real de la Gota de Leche.
El semanario ya había declarado que el Centro debería ser «puramente benéfico» y para los más necesitados. Reseñaba las tarifas fijadas: 0,25 céntimos el cuartillo «para lo más pudientes», 0,15 y 0,05 para otros usuarios hasta llegar al reparto del sobrante «entre los pobres». El Criterio acusó al alcalde de desatender la higiene pública de Talavera, calificándola de «rudimentaria y pobre», cuando, precisamente, Ulecia había proclamado que era un factor clave para la salud infantil. Con ironía, la gaceta añadía que luego los niños podrían «morir infectados» por las inmundicias de algunas calles.
La detallada y premiada investigación de Juan Atenza Fernández sobre la salud pública y la asistencia sanitaria en Talavera en la primera mitad del XX (2016) aporta valiosos datos de la Gota de Leche extraídos del Archivo Municipal de esta ciudad: reglamentos, beneficiarios, gastos, suministros, personal, etc. También refiere debates puntuales como las madres que deseaban recuperar la lactancia de nodrizas y otras que preferían recibir la leche cruda a la esterilizada. Las dificultades presupuestarias afectaron al regular funcionamiento del dispensario y al número de ayudas en momentos tan crudos como los años de la Posguerra. Atenza sitúa el ocaso de la Gota en 1967.
Pero no fue la única iniciativa local creada para ayudar a los más necesitados.
La Cocina de Caridad
La notable pauperización de la población española en el primer tercio del XX alentó acciones paliativas de todo tipo, como fue una cocina social en Talavera, en 1924, sostenida por el Ayuntamiento y una Junta de protectores. Se ubicó en un local contiguo al Hospital Municipal, donde estuvo la Escuela de Ampliación, fundada por Eugenia de la Llave en 1892. Ahora, allí se habilitó un comedor permanente en lugar de repartir alimentos a los necesitados para que se los llevasen a sus casas. El 20 de noviembre de 1928, El Heraldo de Talavera describió el funcionamiento de la Cocina de Caridad a cargo de las ocho religiosas del Hospital Municipal y «seis señoritas» auxiliares. Atendían a ochenta comensales (mujeres, hombres y niños) previamente autorizados por la Junta, aunque existían plazas de pago por un real diario. La percepción de 5.500 pesetas del Ayuntamiento y las 4.800 de particulares únicamente alcanzaban para poder abrir el comedor diez meses. En 1933 tan solo ya se daba una comida al día, apelándose a la caridad de los talaveranos para que siguieran aportando donativos como habían hecho siempre a todos los centros asistenciales que ahora padecían similares estrecheces.