por Parker Asmann y Victoria Dittmar
Cerca de las 2 horas de la mañana del 7 de abril, un grupo de hombres armados irrumpió en un centro de rehabilitación de drogas en la ciudad de Culiacán, México, y reunió a las 20 personas que vivían allí.
El director del centro, ubicado en una tranquila calle residencial cerca de un mirador y una iglesia católica, intentó razonar con ellos. “Somos gente de Dios”, suplicó. No sirvió de nada. Los atacantes abrieron fuego, ejecutaron a ocho personas e hirieron gravemente a otra que moriría, posteriormente, en un hospital cercano.
Uno de los sobrevivientes aseguró que habrían muerto muchas más personas si algunas armas de los agresores no se hubieran encasquillado. Finalmente, los atacantes huyeron llevándose por la fuerza al director, cuyo cuerpo sería encontrado, por las autoridades locales, al día siguiente, abandonado en otro barrio del sur de Culiacán.

Las autoridades mexicanas señalaron que los atacantes pertenecían a la facción de Los Chapitos del Cartel de Sinaloa, liderado por varios hijos del exlíder encarcelado Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”. Según los reportes, buscaban a un rival vinculado a la Mayiza, otra célula comandada por el hijo de otro histórico miembro, Ismael Zambada García, alias “El Mayo”.
El ataque indiscriminado fue solo el último episodio violento en la guerra entre ambas facciones, que se desató tras la controvertida captura de El Mayo en julio de 2024, un hecho que su grupo calificó como una trampa orquestada por Los Chapitos.

Como resultado, un nuevo conjunto de reglas está definiendo esta confrontación interna, centrada principalmente en Culiacán, la base histórica del grupo. Desde el inicio del conflicto, el 9 de septiembre de 2024, han sido asesinadas más de 1.000 personas y se reportan miles de desaparecidos.
El Cartel de Sinaloa ha sufrido múltiples fracturas en el pasado, primero en 2008 con la Organización de los Beltrán Leyva (BLO), y luego en 2017, antes de la captura de Dámaso López Núñez, alias “Licenciado”. Pero, según expertos consultados por InSight Crime, ninguna ha tenido un impacto tan profundo como la que ocurre en la actualidad.
Un conflicto prolongado y personal
Muchos habitantes y especialistas en seguridad atribuyen la violencia sostenida en Culiacán al carácter personal del conflicto. Integrantes de ambos bandos crecieron juntos dentro de las filas del Cartel de Sinaloa. Pero la traición que supuso la captura de El Mayo provocó lo que algunas fuentes describen como una “campaña de exterminio” que no terminará hasta que uno de los grupos desaparezca por completo.
Además, anteriormente ambas facciones mantenían un reparto territorial pactado dentro de Culiacán: Los Chapitos controlaban en gran parte el norte de la ciudad, mientras la Mayiza dominaba el sur. Eso significa que ambos grupos conocen los puntos operativos clave del rival, lo que les permite atacar con mayor precisión y frecuencia.

Si bien los conflictos internos anteriores del cartel se extendieron durante años, la intensidad y frecuencia diaria de la violencia actual no tiene precedentes en la historia criminal del estado.
“Es histórico”, afirmó Óscar Loza Ochoa, presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Sinaloa (CEDH). “Ningún conflicto previo ha durado tanto ni ha tenido un impacto económico tan profundo”.
En Culiacán, los últimos siete meses han estado marcados por una violencia extrema y constante. La misma semana de la masacre en el centro de rehabilitación, las autoridades encontraron el cuerpo de una mujer desaparecida en marzo, atendieron el asesinato de dos abogados, registraron el secuestro de dos empleados de otro centro de rehabilitación y contabilizaron al menos 15 robos de vehículos violentos.
De zona rural a campo de batalla urbano
La nueva generación de los llamados “narcojuniors” que lidera la guerra actual del Cartel de Sinaloa ha trasladado el conflicto a otro terreno. Las zonas urbanas, como Culiacán, han reemplazado al campo, donde originalmente el grupo cultivaba marihuana y amapola.
A diferencia de líderes como El Chapo, quien creció entre campesinos en la sierra, esta nueva generación tuvo infancias privilegiadas. En el caso de Ovidio Guzmán López, hijo de El Chapo, capturado a inicios de 2023 tras un fallido operativo en 2019, esto incluyó educación en costosos colegios privados en Ciudad de México.
Esa vida de privilegios se debió, en gran medida, a las fortunas acumuladas por sus padres. Ese acceso a riqueza les permitió vivir con lujos en Culiacán, lo que también transformó la economía local. En lugar de campesinos humildes, las autoridades sostienen que Ovidio y otros se convirtieron en traficantes de drogas sintéticas y empresarios urbanos, con propiedades de inversión y complejas redes de lavado de dinero.
También han cambiado sus valores, según los expertos. En décadas anteriores, existía un código no escrito que prohibía atacar a las familias del enemigo. Aunque se rompía ocasionalmente, influía en cómo se resolvían los conflictos. Hoy, nadie está fuera de los límites.
La nueva generación ha recurrido a demostraciones públicas de violencia extrema, como cuando la Mayiza dejó en marzo de 2025 la cabeza, las manos y los pies desmembrados de un presunto miembro de Los Chapitos frente a un concurrido centro comercial en una de las principales zonas comerciales de Culiacán.
Desapariciones forzadas: arma de guerra
A un costado de la carretera federal 15, en un camino de tierra al sur de Culiacán, una madre se agachó sobre un pedazo de tierra quemada y deslizó sus dedos entre los restos calcinados y fragmentos de hueso. Años atrás, había acusado a la policía local de estar involucrada en la desaparición de su hijo y ahora había recibido información de que su cuerpo estaba allí.
Ubicada entre una avenida transitada y una urbanización privada, esta zona ha sido utilizada durante años por miembros del Cartel de Sinaloa. En el pasado, investigadores de InSight Crime documentaron vehículos calcinados y cientos de casquillos percutidos, lo que sugería que era un campo de entrenamiento. Pero, en abril de 2025, el lugar parecía un crematorio clandestino.

Estos sitios están directamente vinculados a la crisis de desapariciones forzadas en la ciudad, que se han convertido en una táctica común de ambas facciones en esta guerra. De las 1.610 denuncias registradas en 2024, casi el 60% ocurrieron en los últimos cuatro meses del año, según datos de la Fiscalía General. Sin embargo, el subregistro −conocido como “cifra negra”− es muy alto y casi todos los casos quedan impunes.
“Lo que estamos viendo es histórico”, dijo un miembro de una comisión local de seguridad, quien pidió anonimato por motivos de seguridad. “Nunca habíamos visto tantas desapariciones forzadas. Y si se considera la ‘cifra negra’, podría haber el doble”.
Los motivos detrás de esta táctica varían, según expertos consultados por InSight Crime. Algunas desapariciones estarían vinculadas al reclutamiento forzado, especialmente de vigilantes o informantes conocidos como “punteros” o “halcones”; otras buscan sembrar el terror en las comunidades y eliminar rivales.
Al mismo tiempo, un número indeterminado de víctimas han sido personas inocentes atrapadas en el fuego cruzado de esta lucha despiadada por el poder.
Fuente InSight Crime.