Por Carlos M. Reymundo Roberts
uando los bebes tienen un año, duermen muchas horas, lloran, se hacen encima, hay que darles de comer y, si caminan, andan a los tropezones. La analogía con el gobierno de los Fernández no es perfecta: es imposible ver un chico de esa tierna edad que se la pase hablando, o escribiendo cartas, por más prodigio que sea. Igual, a mí me ayuda verlo así, como un bebito, porque entonces soy más indulgente con sus limitaciones y torpezas. Alberto, Cristina, tranquilos: todavía tienen cierto margen para seguir ensuciando los pañales.
Fue esa indulgencia la que me llevó a no hacer yo un pormenorizado balance sobre este primer año de la tercera experiencia kirchnerista. Preferí darles la palabra a ellos, a la despareja pareja gobernante; es una lástima tenerlos en el poder, porque nos estamos perdiendo a dos buenísimos analistas.
Alberto. Entre los aspectos positivos quisiera destacar que en 12 meses di 1547 entrevistas a diarios, radio, televisión y sitios de internet, apenas incurrí en contradicciones flagrantes 925 veces, creo que no tengo más de 328 violaciones a la cuarentena, logré vencer la propensión a escribir tuits disparatados a altas horas de la madrugada, cuando tuve que enfrentar a barrabravas recurrí a las modernas prestaciones de un megáfono, me reservé tiempo de relax y esparcimiento intelectual para maratonear series con Fabiola, no perdí horas ni se las hice perder a mis ministros con estériles reuniones de gabinete, logré reinstalar la palabra filmina, no dudé en señalar los fracasos en las estrategias sanitarias de nuestros vecinos y de otros países, y después no dudé en llamarlos para disculparme y reconocer que me había equivocado, hice de tripas corazón y enfrenté estoicamente una pandemia con un ministro de Salud como Ginés, me hice asesorar por un grupo de expertos infectólogos y epidemiólogos para compensar la falta de científicos en el Gobierno, entre salud y economía elegí salomónicamente que perdiéramos en las dos, estoy manteniendo un distanciamiento social con Cristina, seguí el consejo del General Perón y creé un comité de juristas para asegurarme de que no iban a resolver nada, gané para el país el afecto de los acreedores privados dándoles más de lo que nos pedían, lo reté en público a Felipe Solá por haber mentido sobre mi charla con Biden (le dije que no asuma las atribuciones de un presidente), y, lo más importante, al mal tiempo buena cara: cultivé ojeras pero no perdí la sonrisa. Claro que también hubo algunos errores; pensé que con un gabinete de medio pelo yo sobresaldría, y terminé mimetizándome, o acaso ellos se mimetizaron conmigo; en lo de Vicentin me dejé arrastrar por La Cámpora, los presos que soltamos no cumplieron bien la cuarentena, debí ser más enfático en la defensa de Gildo Insfrán, debí ser más enfático en las contradicciones sobre Venezuela, alentamos la invasión mapuche de parques nacionales sin resolverles todavía el problema de la vivienda, debo admitir que la solución Berni para la ocupación de tierras era mejor que la solución Frederic, una chica que nunca tiene una solución para nada, a veces demoré un par de horas para aplaudir lo que decía o escribía Cristina, también me demoré con el recorte a los jubilados, tenía contemplado que la pobreza creciera mucho, pero no tan rápido, esta semana no pude frenar la encuesta de Poliarquía que dice que la mayoría de los argentinos se opone al aborto, dije que habíamos conseguido eliminar el hambre y la UCA acaba de informar que hay más de dos millones de chicos con hambre, anuncié que iba a ser el primero en ponerme la vacuna rusa y todos me dicen que estoy totalmente loco, a Diego no deberíamos haberlo velado en la Casa Rosada sino en Olivos, a Rodríguez Larreta ya no me animo a mirarlo a la cara, prometí terminar con la grieta y, lejos de conseguirlo, me engrieté con el Instituto Patria, el cierre de escuelas impidió que se consolidaran los trabajos de adoctrinamiento político, y, lo más grave, Cristina va tan rápido que me cuesta seguirle el paso. Sumando y restando, las cuentas me dan bien: nunca soñé con ser presidente y tuve la sabiduría de no ilusionarme con que iba a dar la talla.
Cristina. Ya lo dije muy claro en mis cartas: veo todo mal, todo negro, y eso que ni siquiera estoy hablando del país. Alberto no está cumpliendo con lo que habíamos acordado: yo le iba a permitir la ficción de que fuera presidente a cambio de que él trabajara en la Justicia para instalar la ficción de que yo soy inocente. Pero no hace nada o lo hace mal. La verdad, no sé si es o se hace. ¿Qué tenemos hoy? ¡Tenemos que estoy hasta las manos! Ni está asegurada mi libertad ni, con este gobierno que no gobierna, la posibilidad de que el sucesor sea Máximo o sea Kicillof. Por eso, definitivamente voy por más. Se acabó la otra ficción: la del equilibrio de los poderes. El poder es indivisible, Montesquieu. Yo tengo el Ejecutivo y el Legislativo y puedo terminar en cana. En cuanto a Alberto, espero que se parrillice, es decir, se vacíe de sí mismo y me entregue su alma. Le quedará el consuelo de tener sueldo de presidente.
¿Qué les parecieron los dos testimonios? A mí me resultaron enriquecedores. A los Fernández hay que dejarlos hablar. Nada puede ser más incriminatorio que sus propias palabras.
Fuente La Nacion