Dr. Jorge Corrado –Especial Total News Agency-TNA-
“El pueblo que valora sus privilegios por encima de sus principios y valores, pronto pierde unos y otros”.
Einsenhower
En términos generales hay dos modos de pensar el conflicto, dos ángulos de observación: el inductivo o el deductivo. El primero, desde la parte al todo, desde lo simple e inmediato a lo global y complejo. El segundo a la inversa, parte de principios generales, de la situación general y profunda desde la que se puede llegar a abarcar lo particular, lo puntual en su circunstancia. El primero sirve a la táctica, el segundo a la estrategia. Para convertirnos en buenos conductores, debemos conocer ambas metodologías y percibir correctamente el momento de transitar de una metodología a la otra.
Veamos un caso práctico: el arte del arquitecto y el oficio del albañil. Los arquitectos se aproximan al problema examinando desde su concepción creadora, desde el todo a la parte, la resolución del objetivo que se le impuso. Desde la realidad urbana con sus diversas áreas, residenciales, comerciales, fabriles, etc., interactivas con vasos comunicantes de movimientos armónicos. Cuando todas sus ideas conforman un plano integrado en su mente, recién se comienzan a concebir las construcciones que cubrirán diferentes servicios en cada área. Habrá un ordenamiento natural, sinérgico, belleza, coherencia, estilo, funcionalidad. Se diseña partiendo de ideas generales, sobre el espacio y su circunstancia. Ya al final del proceso, se da paso a lo operativo, a la acción. Pueden especificarse entonces la clase de ladrillos y materiales necesarios, ajustados a las ideas. Cada paso se dará “a su tiempo y armoniosamente”.
Si convocamos con el mismo propósito al albañil, éste encarará el problema en función de sus conocimientos prácticos, comenzará con la idea de apilar ladrillos, pero no tendrá manera ordenada ni armonía para saber cómo integrarlos con otros materiales, o cómo vincular las áreas y los servicios. Así se llega a la disfuncionalidad anárquica de un caserío. En otras palabras, no se puede construir un centro poblado, comenzando de abajo hacia arriba. Lo mismo sucede al proyectar una política de defensa o seguridad. Si se comienza pensando en los ladrillos, es imposible tener coherencia, funcionalidad y eficiencia. Por el contrario, si nos aproximamos partiendo de grandes ideas sistematizadas, desde lo estructural a lo funcional, desde los objetivos y de su circunstancia, habrá una buena oportunidad de desarrollar algo razonable.
Adoptado el método, el instrumento conveniente y apto debemos a continuación abandonar el síntoma más dramático de una “cultura débil”: la falacia. La evasión hacia “las apariencias”, hacia la irrealidad hipotética o utópica. Debemos enfrentar la realidad, la verdad. Entonces recuperaremos la certidumbre y la libertad, pues no hay libertad en la irresponsabilidad, en la cobardía frente al futuro, frente al “tabú”. Recién entonces llegarán las soluciones “reales” y no las “aparentes”, para sacarnos del drama de la muerte diaria de los inocentes.
La guerra es la sangre en la relación social y política. Ese drama llega cuando no se lo prevé y elude, por ignorancia o prejuicio de los dirigentes. Paradójicamente el Estado debe planificar el uso de la fuerza, para que ésta actúe solo por presencia y así retener la Paz. Ello solo será posible cuando “la necesidad” aplaste a “la mentira”, a la “falacia”. Cuando la realidad, como única verdad, se impone a la hipocresía ideológica. Allí renace la Política.
Hoy la Crisis de Seguridad nos agobia, por no entender, a su debido tiempo, éstos conceptos centrales. Se percibe la sensación de anarquía, preludio de la disolución social, por ende territorial.
En el nivel estratégico, lograremos nuestros objetivos provocando cambios en el adversario para que éste decida adoptar algunos de nuestros objetivos, para transformar el conflicto violento en un conflicto de coincidencias o que nosotros le hagamos materialmente imposible su oposición a los nuestros.
Un buen punto para comenzar el examen de dicho adversario o enemigo, es localizar su núcleo sensible. Por definición, todo sistema tiene algún tipo de núcleo. El núcleo de un átomo controla las órbitas de los electrones, del mismo modo que el sol controla el movimiento de los planetas. En el mundo biológico, cada organismo tiene un elemento director que va desde el complejo cerebro humano hasta el núcleo de una ameba. Un ente estratégico, un Estado, una organización de empresas o una estructura de Crimen Organizado, poseen elementos tanto materiales como psicológicos. Siempre el corazón de estos sistemas y de cada subsistema componente, es un ser humano que lo conduce y le da vida. Son los líderes, los dirigentes. Constituyen los centros sensibles, desde el punto de vista estratégico. Sobre ellos se focalizan los subsistemas de Inteligencia Estratégica. Se hace muy sencillo actuar sobre dirigencias débiles, contractivas. Al perder sus valores y principios pierden necesariamente sus privilegios, pues chocan con la realidad circunstancial. Claro está, comprometen a pueblos confundidos y subsistentes, en un drama violento.
Para pensar políticamente el conflicto que nos envuelve, debemos focalizar estratégicamente la situación que nos paraliza. Necesariamente nuestros líderes deben plantarse sobre nuestra cultura, matriz de nuestros valores y pedestal de la soberanía en tiempos de globalización.
Si adoptamos razonablemente las metodologías adecuadas, establecemos los objetivos en el corto, mediano y largo plazo, y tuviéramos líderes realistas sin prejuicios ideológicos, la paz social y la dignidad están al alcance de la mano. En caso contrario seguiremos en la anomia social, la parálisis política y el Guerra Social será una dramática realidad en un futuro no muy lejano.
*Dr. Jorge Corrado.
Coordinador del Área de Seguridad y Defensa, Profesor del Máster de Historia Militar y del Máster de Inteligencia del Instituto de Estudios en Seguridad Global de España (iniseg.es). Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.