La reciente situación legal que involucra al ex presidente Alberto Fernández y su ex pareja Fabiola Yáñez ha puesto de manifiesto no solo los conflictos personales entre ambos, sino también la desesperación que parece envolver al ex mandatario, quien se encuentra atrapado en un laberinto emocional y judicial.
El juez Julián Ercolini ha intimado a Fernández a cesar toda comunicación con Yáñez, tras la presentación de la abogada de la ex primera dama, Mariana Gallego. En esta, se detalló que el ex presidente envió dos mensajes de WhatsApp a su ex pareja, lo que constituye una clara violación de la restricción perimetral impuesta en la causa judicial. La abogada afirmó que estos mensajes tenían como objetivo perturbar la estabilidad emocional de Yáñez, lo que podría considerarse un acto de obstrucción a la justicia.
La desesperación de Fernández se hace evidente al analizar el contenido de los mensajes. Uno de ellos era una nota periodística que cuestionaba las declaraciones de la madre y hermana de Yáñez, una acción que parece reflejar una necesidad de confrontación en medio de su soledad en el departamento de Puerto Madero, que ni las viejas revistas Playboy pueden calmar. Este intento de desestabilizar a su ex pareja, en lugar de buscar una resolución pacífica, habla de un estado de angustia que lo lleva a actuar impulsivamente.
La situación ha llegado a tal extremo que Fernández ya no puede salir a la calle ni siquiera para pasear a su perro Dilan, una actividad que debería ser simple y cotidiana. Ahora, son sus custodios de la Policía Federal, pagados por los impuestos de los argentinos, quienes deben encargarse de esta tarea. Este hecho subraya aún más su aislamiento y la falta de control sobre su propia vida, un ex presidente que se ve obligado a depender de otros incluso para los momentos más básicos. Desde luego no nos referimos a los momentos que el onanista ex Presidente mira los videos realizados en Casa Rosada con alguna “invitada”.
El juez Ercolini, en un intento por poner orden en esta situación, ha dejado claro que Fernández no solo debe abstenerse de comunicarse con Yáñez, sino también con cualquier miembro de su familia, salvo en cuestiones relacionadas con el hijo que tienen en común, lo que deberá ser autorizado por la madre. Esta medida refuerza la imagen de un ex presidente que, a pesar de su posición, se encuentra en una situación vulnerable, incapaz de manejar sus emociones y relaciones personales.
La soledad de Fernández, encerrado en su departamento, contrasta con la figura pública que alguna vez representó o intento hacerlo. La falta de control sobre su vida personal y la desesperación que lo empuja a violar órdenes judiciales revelan una fragilidad que muchos no esperaban ver en quien se mostraba como líder político.
Su desesperación y soledad son evidentes, y la lucha por mantener un semblante de control se ve constantemente socavada por sus propias decisiones. En este escenario, el ex presidente no solo enfrenta un desafío legal, sino también una profunda crisis personal que lo deja expuesto. Todo llega o todo pasa, como decía el anillo de Julio Grondona